El cielo estaba oscuro, cubierto de nubes densas, pero algo extraño iluminaba el horizonte. No era el sol ni la luna; era una luz brillante, casi cegadora, que se acercaba cada vez más a la Tierra. En medio de la noche tranquila, la gente comenzó a mirar hacia arriba, con los ojos llenos de confusión y temor. Nadie podía imaginar lo que estaba a punto de suceder.
A más de un millón de kilómetros de distancia, una flota inmensa de naves espaciales extraterrestres avanzaba a una velocidad increíble hacia la Tierra. No era una nave, ni cien, sino miles. Parecían un enjambre, un ejército de proporciones descomunales que cruzaba el vacío del espacio con una precisión aterradora. Los radares de todas las agencias espaciales comenzaron a sonar alarmas de emergencia, pero las autoridades terrestres no sabían cómo reaccionar. Nunca antes habían visto una amenaza como esta.
Los primeros indicios de que algo estaba mal llegaron cuando las estaciones de satélites comenzaron a apagarse sin razón aparente. Luego, las comunicaciones globales se vieron interrumpidas, y las ciudades enteras quedaron sumidas en la incertidumbre. Era como si la Tierra estuviera siendo aislada, lentamente, de todo el universo conocido. Los gobiernos del mundo se reunieron de emergencia, y los líderes más poderosos debatieron sobre qué hacer ante lo que parecía ser una invasión alienígena.
Mientras tanto, en una pequeña ciudad de México, un hombre llamado Marcos observaba el cielo con más curiosidad que miedo. Desde niño, había creído en la existencia de vida fuera de la Tierra, y ese día, su intuición se hacía realidad de una manera que jamás habría esperado. Tomó su telescopio y pudo ver más claramente lo que estaba ocurriendo. “No están aquí para destruirnos”, murmuró, con una mezcla de temor y esperanza. Marcos no podía explicarlo, pero sentía que estas criaturas no venían a traer guerra, sino algo mucho más profundo.
El caos se desató cuando las primeras naves rompieron la atmósfera y comenzaron a descender sobre las principales ciudades del mundo: Nueva York, París, Tokio, Moscú y otras más. Eran enormes estructuras metálicas con una forma que desafiaba toda lógica humana. Pero en lugar de atacar, permanecieron suspendidas en el aire, silenciosas y observando.
De repente, en todas las pantallas de televisión y dispositivos electrónicos, una imagen apareció. Era una figura humanoide, de piel grisácea y ojos negros inmensos, pero sus facciones no parecían amenazadoras. Su voz resonó en todos los idiomas simultáneamente. “Venimos en paz”, dijo la criatura. “Somos los Eldarion, una civilización antigua que ha observado a la Tierra por milenios. El tiempo de nuestra llegada ha llegado, y traemos con nosotros conocimiento y una advertencia.”
El mundo contuvo la respiración. La humanidad, por primera vez en su historia, estaba al borde de un contacto directo con una especie alienígena. Pero la incertidumbre aún reinaba. ¿Podría confiarse en los Eldarion? ¿Qué advertencia traían consigo?
Marcos, quien había estado observando todo con detenimiento, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. “La verdadera batalla aún no ha comenzado”, pensó. Los extraterrestres habían llegado, pero su presencia era solo el inicio de algo mucho más grande.