En las remotas tierras altas de Bolivia, cerca del pequeño pueblo de Uyuni, las vastas salinas se extienden como un paisaje de otro mundo. Durante años, los lugareños han susurrado sobre luces extrañas en el cielo, patrones inusuales en la sal y figuras misteriosas que se ven deambulando por las llanuras. Pero pocos creyeron las historias, descartándolas como folklore, hasta una fría noche de 1998, cuando ocurrió un evento que lo cambiaría todo.
Esa noche, un destello de luz cegador iluminó el cielo nocturno, seguido de un estrépito ensordecedor que resonó en las montañas. Muchos en la ciudad salieron corriendo, con los ojos muy abiertos por el miedo, esperando ver un meteorito o tal vez una explosión. Lo que encontraron fue mucho más extraño: un cráter humeante a unos 20 kilómetros de Uyuni, y en su centro, algo metálico que brillaba débilmente bajo las estrellas.
Luis Chávez, un agricultor local, fue uno de los primeros en llegar al lugar. Al acercarse, se dio cuenta de que no se trataba de escombros comunes y corrientes. Parecía una nave: elegante, redonda y diferente a todo lo que había visto jamás. Quemado y agrietado por el impacto, el objeto claramente no era de origen terrestre. Pero ese no fue el descubrimiento más inicial. Tumbada junto a los escombros, sin apenas moverse, había una figura.
El ser era pequeño, de unos cuatro pies de altura, con grandes ojos almendrados y piel suave y pálida. Sus extremidades eran delgadas, casi frágiles, y parecía tener dificultades para respirar. Aterrorizado pero fascinado, Luis se acercó, pero antes de que pudiera reaccionar, la criatura levantó una mano, con los dedos temblorosos.
En ese momento, Luis sintió una extraña sensación invadirlo: una abrumadora sensación de calma y comprensión, como si el ser se estuviera comunicando telepáticamente.
Sin pensarlo, Luis levantó suavemente a la criatura, la acunó en sus brazos y la llevó de regreso a su casa. Durante días, la ciudad ha estado llena de rumores sobre el accidente, pero nadie se atrevió a aventurarse cerca del lugar nuevamente. Las autoridades llegaron poco después, acordonaron el área y la declararon prohibida, alegando que se trataba de un accidente militar. Pero Luis sabía la verdad. Había escondido al ser extraterrestre en su granero, cuidándolo hasta que se recuperara y manteniendo su existencia en secreto incluso para sus amigos más cercanos.
El extraterrestre, a quien Luis llamó “Karu” por una palabra en idioma aymara que significa “extraño”, se recuperó lentamente. Con el tiempo, Karu empezó a comunicarse con Luis mediante gestos e imágenes telepáticas. Luis se enteró de que Karu había estado viajando a través de galaxias cuando su nave falló y se estrelló en la Tierra. Era el último de su especie, un vagabundo que buscaba un nuevo hogar después de que su planeta hubiera sido destruido por fuerzas cósmicas.
Karu no tenía forma de reparar su nave y Luis se dio cuenta de que el extraterrestre podría quedarse varado en la Tierra por tiempo indefinido.
A pesar del shock inicial, se formó un vínculo profundo entre los dos. Luis le enseñó a Karu los conceptos básicos de la vida humana: cómo cuidar los cultivos, cómo interactuar con los animales de la granja e incluso algunas frases en español. Karu, a su vez, compartió fragmentos de su conocimiento, mostrándole a Luis visiones de planetas distantes, tecnología avanzada y civilizaciones mucho más avanzadas que la humanidad.
Con el paso de los años, Karu se mezcló con el trasfondo de la tranquila vida de Luis. La gente de Uyuni estaba acostumbrada a ver cosas extrañas y no cuestionaban a la extraña y silenciosa figura que ocasionalmente acompañaba a Luis al mercado o caminaba por las salinas de noche. Con el tiempo, Karu aprendió a adaptarse a las costumbres humanas, aunque se mantuvo cauteloso para no llamar demasiado la atención.
Sin embargo, los rumores comenzaron a correr en la localidad. Algunos hablaban de un misterioso forastero que vivía con Luis, alguien que nunca parecía envejecer ni enfermarse.
Otros susurraban sobre avistamientos: Karu moviéndose demasiado rápido para un humano o sus ojos brillando débilmente en la oscuridad. Las autoridades bolivianas, al escuchar estos rumores, comenzaron a investigar, reabriendo el caso del accidente de 1998.
Una noche, mientras Luis y Karu estaban sentados bajo las estrellas, notaron que un convoy de camiones militares se acercaba desde la distancia. El tiempo de Karu se había acabado. Luis sabía que si capturaban a Karu, el gobierno probablemente lo sometería a experimentos, diseccionando su mente y su cuerpo en nombre de la ciencia. Desesperado por proteger a su amigo, Luis ideó un plan.
Con la ayuda de Karu, Luis dirigió a las autoridades en una persecución salvaje a través de las salinas, utilizando el conocimiento del terreno y los poderes telepáticos de Karu para superarlos. Finalmente, llegaron a una cueva escondida en lo alto de las montañas, un lugar que Karu le había mostrado a Luis en una de sus visiones. Fue aquí donde Karu reveló su último secreto.
Dentro de la cueva había un portal, un remanente de una antigua tecnología que el pueblo de Karu había dejado en la Tierra hace milenios. Era una puerta de entrada a otra dimensión, un lugar donde Karu podía escapar y vivir en paz, lejos del alcance de las manos humanas. Había llegado el momento de que Karu se fuera.
Con el corazón apesadumbrado, Luis observó cómo su amigo salía a la luz brillante del portal. Por un breve momento, Karu se giró y envió un último mensaje a la mente de Luis: gratitud, amistad y la promesa de que nunca será olvidado.
Y entonces, en un instante, Karu desapareció.
Los soldados nunca encontraron a Karu ni a la cueva. Declararon cerrada la investigación por falta de pruebas. En cuanto a Luis, continuó su vida tranquila en la finca, pero quienes lo conocían notaron un cambio. Pasó más tiempo solo, contemplando las estrellas, como si esperara que algo (o alguien) regresara.
La historia del extraterrestre que vivió en Bolivia sigue siendo uno de los misterios más extraordinarios de la historia del país. Algunos lo descartan como una historia descabellada, mientras que otros, como Luis, saben que la verdad está ahí fuera, escondida en la inmensidad del universo, esperando ser descubierta.